ESTAMPES MINAGRELLERES: LA COCINA MINAGRELLERA DE LOS AÑOS 50
martes, 23 de marzo de 2010
En la cocina se guisaba con hornillo de carbón vegetal (“fogaril”), que se encendía muy temprano para hacer el primer café, malta o achicoria del día, al amanecer, que mezclado con leche de cabra y sopas de pan, componía el desayuno de los mayores de la familia. Las galletas María, el café-café y el Cola-Cao, eran todavía inventos desconocidos, que fueron apareciendo a continuación. Recuerdo que yo probé el Colacao, de la primera partida que llegó al pueblo, en la tienda de mi abuela “Asunción la Caligua” sobre los ocho añitos, cuando tomé la primera comunión. La (mal llamada) achicoria y la leche, eran productos que se podían conseguir con facilidad , ya que lo primero no era más que un sucedáneo formado por cebada tostada y molida, en infusión, y la leche era, recién ordeñada, de las cabras que casi todos teníamos en el corral, cabras que nos tutelaban los “Ramats” de Paco o de Modesto, que se encargaban de “pasturarlas” desde primera hora de la mañana hasta media tarde, todos los días de la semana excepto los domingos.
La comida que yo recuerdo, al mediodía, era muy variada, a la par que humilde, y se hacía siempre a partir de lo que hubiese disponible en ese momento. No había neveras todavía, y la primera que tuvimos, años más tarde, era de madera y con serpentín para hielo en trozos, lo que no permitía la conservación prolongada de los alimentos, y menos todavía de la carne o el pescado. Los embutidos se guardaban en “la fresquera”, un armario pequeño, con las paredes de tela metálica mosquitera, que se colgaba en la parte más fresca de la casa.
La carne, (de ternera o de cordero), era ingrediente apreciado, escaso y principal en las comidas de sábado o domingo, ya que la carnicería estaba en Sant Joan (para casa, siempre la de Jaume “Calsa”, íntimo amigo y compañero de “mili” de mi padre), y la compra “gran” se hacía semanalmente, en el mercado que se montaba alrededor del templete de la música, en la Plaza que había junto al bar de “Pepe el Gat”, familia de mi abuelo Quito “el Estudiant”. Otra cosa era la carne de gallina o de conejo, que se criaban en todas las casas y cuyo sabor no tenía nada que ver con las carnes de pollo o de conejo actuales. Las gallinas se alimentaban con grano del cereal que hubiese en ese momento a disposición: cebada, trigo o maíz; y la comida de los conejos, era responsabilidad de los chavales, que llenábamos los capazos de hierba fresca, todas las tardes, al salir del colegio, simplemente saliendo a las afueras del pueblo, por el “carreró” que todavía existe en la plaza que tiene la fuente pública de Benimagrell.
El pescado, era más accesible, gracias al suministro diario de Pepe “el peixcater”, un hombre manco, muy delgado, con boina, que llevaba un carretón alargado , con un par de cajas de madera, planas (“corbos de peix”), en donde llevaba la morralla, la sardina, el “sorell”, la morena o el “congre”, los pulpitos o el “bacallaret”... junto con una balanza de fiel metálico, cuyas pesas eran piedras de la playa, que debían tener un peso preestablecido. Las mujeres salían a comprar y a regatear la mercancía. Y era absolutamente curioso ver al manco seleccionar el pescado, colocarlo en el platillo, pesarlo, envolverlo en un papel de estraza y cobrar... todo ello con una sola mano, y el muñón de la otra. Era una estampa típica y curiosa, propia del neorrealismo italiano... trasladado, como es lógico, en blanco y negro, a los lares minagrelleros.
Y las verduras, ingrediente principal, natural y forzado en nuestra alimentación de entonces, procedían en su mayor parte de las cosechas de cada casa. Casi todas las familias tenían un “troset” de tierra, uno o varios bancales en alguna parte del término; pequeños minifundios procedentes de las herencias y repartos de tierra familiares, en un montón de partidas del término santjoanero. La Platja de Sant Joan pudo haber sido cedida, burocráticamente, para formar parte de los términos de Alacant o del Campello; pero casi ninguno de los minagrelleros propietarios de esas tierras, se deshicieron de ellas ni vendieron los bancales de los que provenía el sustento familiar. Se mantuvo en lo posible el secano, donde no llegaban las acequias, y tomaron auge los pozos que suministraban agua a aquellas zonas. Recuerdo las balsas de Natzareth, de Portellets, de Els Molins y alguna otra más, todas para el riego... y para el baño furtivo de los críos minagrelleros, que se bañaban allí todo el verano, con y sin permiso de los propietarios y aparceros.
Todos los agricultores cuidaban una cosecha normal, para la venta, en cada estación del año, pero también se plantaba una “llenca” para casa, algunos caballones “junt al marge”, con acelgas, espinacas, pencas de cardo, tomates, cebollas y pimientos, alguna berenjena... que alegraba el rostro de la parienta al abrir el capazo del marido, de vuelta a casa. Con todos esos ingredientes, se podían confeccionar multitud de platos “de calent”, desde el “bollitori” (un hervido para cenar), aliñado con algo de bacalao, hasta un sinfín de arroces secos o caldosos, producto de la inteligencia, del ingenio y de la necesidad de las estupendas cocineras que eran nuestras madres y abuelas.
Para mí, y para mis hermanos, el plato “rey”, producto de esas verduras, era la Olleta, una olleta de pobre, sin ningún aderezo de carne ni embutido, pero con mil sabores producidos por los frutos de nuestros campos. A continuación os pongo la receta pormenorizada de ese plato, por si queréis prepararlo en casa. Es un plato sencillo, cuyo único mérito es la frescura de las verduras, el condimento del ajo sofrito con la ñora, y la paciencia del cocinero, siempre “pegant la miraeta” al fuego, y pendiente de que cada cosa hierva a su tiempo, y suelte todos sus jugos, sabores y gelatinas al conjunto de la olla, en un alquimia de resultado asegurado. A esta comida solo cabe invitar a la familia y gente querida, ya que –a pesar de ser un plato humilde-, requiere toda la mañana de cuidados, y no sería apreciado por invitados “de compromiso”, que no alcanzarían a saborear ni a valorar todo el tesoro que acumula cada plato de olleta.
Cada casa tiene una receta distinta de ese mismo plato, producto de la tradición y de la costumbre. Yo prefiero la que hacía mi madre, pero mi hermano Antonio le tiene más afición a la Olleta de mi tía Pepica (nuestra querida “tieta” Pepica Llinares, de El Llogaret, bordadora en el taller de la “Mestra Calaora”), que a pesar de ser un plato semejante, queda con una textura y untuosidad muy distinta a la olleta
FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS
Publicado porAlfredo en 21:13 1 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL
113. ESTAMPES MINAGRELLERES: "LA FILLA DE LA GOLONDRINA"
martes, 18 de noviembre de 2008

Estas “mascotas”, hasta hace pocos años, eran perros, gatos o pájaros, animales de compañía por antonomasia. En la actualidad, esos animales pueden ser mucho más exóticos: peces tropicales, monos, iguanas, camaleones e incluso serpientes, cuya compañía me hace sentir un enorme repelús, ya que –en mi caso-, yo nunca podría dormir bajo el mismo techo que un bicho de estas características.
En mi niñez minagrellera, lo de “mascota” hubiese llamado la atención por lo inusual y desconocido. La relación con los animales era lo más natural del mundo, ya que estaban absolutamente presentes en el entorno doméstico: perros para guardar la casa o como compañeros de caza, gatos para acabar con los ratones, conejos para engordar y ser comidos en las celebraciones familiares, gallinas ponedoras, lluecas criadoras, y cabras para proveernos todos los días de la leche necesaria para los habitantes de la casa.
Aunque en Benimagrell siempre estuvo la vaquería de Pepe “El farol”, y muy posteriormente se puso otra en el Llogaret, frente a l´éscola del tío Paco el Mestre (frente al de Miñana), el consumo de leche de vaca nunca pudo igualarse al de cabra, porque todas las familias teníamos nuestros propios animales, que salían a pasturar en el Ramat (o “ganao”, como decíamos entonces), de Paco el de les Cabres o de Modesto. El consumo de esta leche era tan masivo e indiscriminado que hasta muy avanzada la segunda mitad del siglo pasado eran frecuentes los casos de fiebres maltesas en el pueblo, efecto del consumo de esta leche sin hervir.
En casa teníamos tres cabras muy lecheras: La Rosita, (cabra muy mayor, la más antigua del corral), la Golondrina (muy paridora, hija de la anterior) y “La filla de la Golondrina, que era nieta de la primera, hija de la segunda y la más joven de las tres.
Resultaba curioso que cada cabra tuviese su propio nombre, excepto la más pequeña, aunque diese ya tanta leche como su madre. Y la explicación forma parte de todo el entramado filosófico y cultural de la vida rural de aquel entonces. Se “bautizaban” únicamente los animales de compañía “de plantilla”, aquellos que iban a compartir –de por vida- su existencia con nosotros, e iban a formar parte de nuestro entorno domestico casero.
Pero aquellos animales que se destinaban al sacrificio para el consumo humano, no debían ser “bautizados”, porque al poco tiempo había que matarlos, y no es lo mismo matar a un animal sin nombre, que ha sido criado y engordado para ello, que a un ser que ya tiene el don propio de acudir a tu llamada, alguien que te mira y te acompaña, alguien con quien compartes juegos y (si la madre no te mira), incluso parte de tu merienda vespertina.
Y este es el caso de aquella cabrita. Siendo yo muy pequeño, allá por el año 1950, nació esta chota, y –como ya teníamos dos cabras-, fue destinada al puchero de las siguientes navidades, y, según lo antedicho, no se le puso nombre alguno: era “la hija de La Golondrina”, cuando necesitábamos referirnos a ella.
Pero resultó que poco antes de la Navidad, falleció una hermana de mi abuela (Asunción “la Caligua”, la de la tenda), y se canceló la celebración, debido al luto rigurosísimo que se establecía entonces.
Para la Pascua siguiente, murió otro familiar que hizo suspender asimismo esa celebración, y cuando se paso del “medio luto” a la ropa “de alivio” (cuando las mujeres se quitaban el velo definitivamente y se permitían vestir ya con colores poco llamativos), la chota lucía ya colgando unas hermosas “mamelles” que la hacían inviable para la cazuela, que era el fin para el que fue destinada desde su nacimiento. Y tampoco era ya un animal pequeñito y recién nacido al que fuese normal bautizar, por lo que le quedó un nombre muy largo, fruto de la costumbre: La-filla-de-la-Golondrina, forma en que le habíamos llamado desde su nacimiento.
Algunos años más tarde, el director de cine Manolo Summers hizo una película (La niña de luto), basada en un esquema similar: la nefasta influencia del luto (el “dol”) en las costumbres familiares, que impedían cualquier celebración de ningún tipo; en el caso de la película, una boda que se alarga indefinidamente por la muerte de familiares más o menos próximos.
En la versión minagrellera del evento, las consecuencias se tradujeron en alargar la vida de una cabrita, que debió su vida (y un nombre exageradamente largo), a dos fallecimientos casi seguidos, que impidieron que su cuello fuese rebanado en su primera fase de existencia. Cosas de la suerte, vamos.
FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS
Publicado porAlfredo en 21:35 2 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, nº 113
112. UNA IMPORTANTE DONACIÓN A LLOIXA
miércoles, 15 de octubre de 2008
Recientemente la Asociación Cultural LLOIXA ha visto aumentar su colección de Libros de fiestas gracias a la donación de una copia de varios llibrets de Hogueras, fiestas de Benimagrell y del Fabraquer, por parte de Lolita Caturla, viuda del cronista Manuel Sánchez Buades. Está donación ha sido posible gracias a la ayuda de su familiar Víctor Terol Quereda. Gracias a los dos.
* Fiestas de Benimagrell 1968
* Fiestas del Fabraquer 1966
* Fiestas del Fabraquer 1980
* Fiestas de Santa Faz 1975
* Fiestas de Santa Faz 1976
* Hoguera Plaza del Caudillo, ejercicio 1968-69
* Hoguera Plaza del Caudillo, ejercicio 1969-70
* Hoguera Plaza del Caudillo 1971
* Hoguera Plaza del Caudillo 1972

* Hoguera Plaza del Caudillo 1974
* Hoguera Plaza del Caudillo 1975
* Hoguera Plaza del Caudillo 1976
* Hoguera Plaza Maisonnave 1977
* Hoguera Plaza Maisonnave 1979
* Hoguera Plaza Maisonnave 1980
* Hoguera Infantil de la Calle del Mar 1974
* Hoguera General Mola-Sur 1976
* Hoguera General Mola-Sur 1977
* Hoguera General Mola-Sur 1979
* Hoguera Navarregui 1972
* Hoguera Navarregui 1974
* Hoguera Navarregui 1975
* Hoguera Navarregui 1976
Si desean consultar alguno de estos llibrets pueden pasar los miércoles por la Casa de Cultura a partir de las 6 de la tarde.
Publicado porAlfredo en 12:00 0 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, FIESTAS, HOGUERAS, Nº112, sobre lloixa
112. RECUERDOS Y AÑORANZAS DE MI NIÑEZ DEL VIERNES SANTO

Cuando llegaba el Cristo a la ermita de San Roque, lo entraban dentro y todas las personas del barrio le besábamos los pies. Ese recuerdo no se me puede olvidar. Mientras besaban los pies al Cristo, todos los sanjuaneros que habían bajado con la procesión reponían fuerzas con magdalenas del estanco y vino dulce.
A las diez de la noche, con la luna llena en el cielo nos volvíamos a San Juan pensando ya en el año siguiente. Bueno, yo no porque me quedaba en la finca de Espinós donde vivía.
Publicado porAlfredo en 12:00 0 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, FIESTAS, Nº112, RELIGIÓN
111. ESTAMPES MINAGRELLERES. EL IAIO QUITO L'ESTUDIANT
viernes, 12 de septiembre de 2008
(Años 50 del siglo pasado. Tiempos de mi niñez)

Pero, curiosamente, yo he presumido toda la vida, también de haber disfrutado de uno de los abuelos más emblemáticos de Benimagrell, una persona entrañable, sosegada, amable, quizá muy callado, gran trabajador y –sobre todo- un sabio en su profesión de agricultor, de artesano de la tierra: el iaio Quito l´Estudiant.
Desde niño aprendió el oficio de su padre y de sus ancestros familiares. En la época en que yo compartí con él una parte importante de mi niñez, cultivaba cuatro o cinco pedazos de tierra en Mosén Saies, en el de Morriquet, en La Pasió y en la Olivera, (esta ultima en lo que hoy es el Hotel Almirante), de la Playa de San Juan.
El abuelo era perfeccionista, enamorado de su trabajo, y amante de sus nietos. Resulta curioso que, una persona tan callada como él, fuese tan sensible y detallista con los pequeños, tan paciente a la hora de aguantar sus travesuras, y tan buen maestro a la hora de enseñar las distintas labores de la tierra, casi todo en secano, salvo algún trozo que todavía se podía regar del Pantano de Tibi, comprando una hora de agua a cambio de los ahorros de una cosecha.
La tierra es un oficio duro, pero además, el secano hace de ese oficio una esclavitud. Cada vez que caían cuatro gotas de agua, en aquella época en que el rotovator era pura entelequia, la poca humedad caída en la tierra, se mantenía escardando “entrecavant”, una y otra vez, cien veces si fuera necesario, para hacer que cada “collita” fuese el resultado de una guerra ciclópea contra los elementos.
Cada vez que algún gracioso soltaba el adagio de “Alacant... la millor terreta del món”, en Iaio Quito contestaba de inmediato, por lo bajo: “... sí, clar, la millor terreta... per a escurar les paelles.
Presumía de sus melones, de sus olivos, algarrobos, almendros, tomateras y sobre todo de sus habas. Es bien sabido que las habas son un cultivo muy puñetero, porque la planta consume sus energías en estética o en fruto; nunca en ambas facetas a la vez. O consigues unas matas altas y lozanas, con muy poco fruto, o el logro se cifra en matas muy pequeñas, con gran cantidad de habas que has de coger castigando los riñones para cogerlas una a una a ras de suelo.
Pues bien, el abuelo era una excepción, y guardaba celosamente el secreto de conseguir unas plantas altas, casi del tamaño de un hombre, cargadas de frutos enormes y lozanos, como para hacer quedar mal el tópico antes citado sobre estas plantas. Su secreto tenía mucho que ver con términos que hoy hemos bautizado con los nombres de “ecología” o “desarrollo sostenible”. La energía propia del sol, que hoy recogemos con paneles fotovoltaicos o térmicos, ya era sobradamente conocida por el iaio Quito, en el primer tercio del siglo pasado, ya que que siempre mantuvo que a las plantas crecían más por los efectos del sol, que por el agua. El abuelo decía: “els clots de les faves s´han de ‘solejar’ tot l´estiu, perque així creixen molt més”.
La sabiduría del iaio, tenía su apoyo en la paciencia y en el orden. En primavera, se comenzaban las labores de las habas, haciendo unos hoyos grandes, que se abrían meses antes de la plantación para que recibieran el sol del verano, para que la tierra “de baix” recibiera y acumulara toda esa energía que el iaio presentía que la planta iba a necesitar más tarde.
A mediados de verano, se dejaban caer, a mano, un par de puñados de estiércol animal en cada hoyo, y se cubría con dos dedos de arena de playa, lavada concienzudamente para que perdiese toda la sal marina que pudiese quedarle. A continuación, otro par de puñados de tierra fina para que el viento no desparramase la arena transportada con tanto esfuerzo. Y al poco tiempo, en cada contenedor, trabajado con tanto primor, se introducían un par de habas enormes, seleccionadas pacientemente de la simiente de la cosecha del año anterior, para garantizar la constante mejora del producto.
Un riego de compromiso, y a esperar. El refrán decía que “L´ull de les faves ha de estar fora per escoltar les campanes del ‘Cristo’”, y siempre se cumplió la tradición. La particularidad de las habas cultivadas de esta guisa, era que, en dos semanas alcanzaban un palmo de altura, y en muy poco tiempo florecían, mucho antes que las plantadas en los campos de alrededor, lo que le granjeaba al iaio la envidia de sus competidores, que nunca conocieron (o no tuvieron la paciencia necesaria) para preparar los planteles con toda la parafernalia ecológica y sabia del abuelo.
Y, ahora como nieto, os cuento una de las manifestaciones más queridas del iaio Quito: la llegada de las primicias. El abuelo tenía completamente controlados todos los árboles de sus bancales, con lo cual, sabía perfectamente las fases de maduración de sus higueras (“A Sant Joan, bacores. Verdes o madures, segures”). Pero no bastaba con la primera breva, puesto que tenía tres nietos pequeños para satisfacer. Con lo cual, siempre debía controlar, por lo menos, tres frutos, competir con los pájaros para que no le malograsen la primera cosecha, y estar preparado para el acontecimiento de la maduración.
Y así, la sorpresa estaba preparada para los nietos. Un día cualquiera, el iaio nos dejaba caer la contraseña: “Demà per la vesprada, vindreu a esperar al iaio?”. Esta frase, nos hacía suponer que algo especial se estaba cociendo para el día siguiente, con lo cual, a la salida del colegio, con mis hermanos José Manuel y Antonio, tras coger la merienda (rebanadas de pan de coca con aceite y sal, o con aceite y azúcar, o con miel... o con el famoso “giraboix” hecho con ñora y ajo picados), los tres nietos nos situábamos en el camino de llegada al pueblo, según el bancal que estuviese cultivando el iaio en ese momento: delante del de Minyana, frente a la casa del maestro “Pepito el Pobret”, si el iaio venía de La Passió o de La Olivera; frente al de Pilot, si el iaio venía del de Morriquet, o en “el carreró”, junto a la tienda de la abuela Asunción “la Caliua”, si el iaio Quito venía del de Mossensàies.
Y al atardecer, por allí aparecía el iaio, con una primorosa cesta de mimbre o de esparto, tapada con unos “pàmpols” muy verdes y lozanos, que escondían el “present” que el abuelo traía para sus nietos: tres hermosas brevas, o tres sabrosísimos higos, o los tres primeros racimos de uva moscatel que las viñas hubiesen producido, de todo lo plantado por el iaio.
Esas tradiciones y esos recuerdos tan, tan antiguos, son los que me han hecho idealizar mi niñez, y dar permanentemente las gracias a la Providencia, por haberme permitido nacer y ver las primeras luces, en un lugar tan entrañable y tan especial como los lares minagrelleros.
FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS
Publicado porAlfredo en 12:20 0 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, Nº 111, PERSONAJES
109. ESTAMPES MINAGRELLERES
jueves, 5 de junio de 2008
(Años 50 del siglo pasado. Tiempos de mi niñez)
En mi niñez, los críos se situaban en la familia como algo natural, con un crecimiento absolutamente reglado por las circunstancias familiares, laborales, de la tierra y de la cosecha. Un crío era considerado “manyaco” o “mocós”, hasta que su función en la familia le permitía llegar a un grado mayor de consideración. Apenas con el pañal quitado, ya andábamos de un lado para otro, haciéndonos notar, armando bulla para hacernos presentes en cada acto y en cada circunstancia del día a día.
Hasta que, apenas con cuatro o cinco años, el “iaio”, como cabeza del grupo familiar, se fijaba en ti, y te hacía la primera propuesta “com a un home”: per què no acompanyes al iaio a arreplegar olives?. A partir de esa propuesta, la vida del crío comenzaba un cambio fundamental, ecológico, laboral y familiar. El objeto de la colaboración era aprovechar las habilidades infantiles, los dedos pequeñitos del crío, que llegaban al fondo de las grietas de la tierra, entre els “tarrossos”, a todos aquellos lugares a los que un adulto no podía llegar.
El primer “cabás d´olives” recogido por el nieto, era orgullosamente pregonado por el abuelo, para que todo el pueblo, todo el ámbito familiar quedara debidamente enterado de que el xiquet ja s´està fent un home. A partir de ese momento, ya no eras un objeto móvil de la casa, un trasto, un mocoso: ya eras parte del entramado agrícola-familiar de la casa. Salías de las faldas de tu madre, para pasar a ser miembro activo, a disposición de la logística del entorno.
El paso siguiente, poco después, y coincidiendo con la edad de la primera comunión (7-8 añitos), era la adquisición de la herramienta, de los útiles propios para las labores de la tierra. Aprovechando la Santa Faç, el iaio te llevaba “a la fira”, y allí te compraba la primera “aixaeta”, el primer “llegonet”, el “cabàs d´anar al bancal”, y la navaixeta con la que podíamos presumir, ante los amigos de l´escola, de haber dejado de pertenecer al clan de los “manyacos”, y estar ya situados en el siguiente escalón del organigrama, en el esquema productivo del clan familiar.
A partir de ese momento, el chaval ya debía compaginar la escuela con los deberes de la tierra, participar en la plantación o en la recogida de las cosechas propias del secano de la terreta: olivas, almendras, algarrobas, tomates, pimientos, y algún frutal de menor entidad. Ya se te podía pedir el madrugón para llevar el almuerzo a los mayores que estaban en el campo desde el amanecer, o en la “almàssera”, fent l´oli en el turno que les correspondiera. Y ya podías participar –con voz, aunque sin voto todavía-, en las conversaciones de los mayores, en las que se comentaba alguna cosa del trabajo diario de la colectividad.
El paso siguiente, y aún con pantalones cortos, era hacerse presente en otro ámbito “dels hòmens”: el bar. El único bar del pueblo, en la década de los 50, era el bar “de l´Alguacil”, que estaba situado justo frente a la escuela de Don Jaime. Como no existía todavía la jornada laboral de las 40 horas, el bar se abría al amanecer, y los hombres entraban a tomar un orujo, una absenta o un aguardiente, para irse calientes al bancal. Apenas había parroquia ni clientela, hasta última hora de la tarde en que esos mismos hombres volvían por allí para hacerse “una palometa”, o un chato de vino antes de la cena.
El momento más concurrido del bar, era los domingos, al medio día, en que los cabezas de familia iban allí para “fer la partideta a la brisca” para hacerse un vermuth, con sifón, ya que no se había popularizado todavía -¡ni muchísimo menos!- la omnipresente cerveza actual. Y llegaba un momento en el que tu madre te mandaba a darle el recado a tu padre: dis-li al pare, que vaig a tirar l`arròs a l´olleta, i que en vint minuts, estarém a taula... y salías escapado al bar, al dominio de los mayores, a cumplimentar el encargo.
Y si todo iba bien, aquel día, tu padre te hacía la pregunta iniciática fundamental: vols un vermutet?. Aquello te solía pillar desprevenido, pero el “si” estaba más que servido, pasase lo que pasase. Y tu padre hacía que te sirviesen dos gotas de Cinzano, en un vaso lleno de sifón, y que te lo tomases allí, “amb els homens”, como primer testimonio de que los pantalones cortos iban a alargarse pronto, y que ese esbozo de bigote que te estaba saliendo bajo la nariz, iba a ser precursor de otros eventos más trascendentales.
Ya habías escalado un nivel más en la consideración del foro, en el ágora del pueblo.
A partir de los 14 años, y aún yendo todavía al colegio, es muy posible que comenzases a trabajar “en serio”, ya que los 14 eran el límite de edad en que en aquellos tiempos se permitía trabajar a los chavales. Los tomates y la obra eran las dos alternativas más factibles. La Obra, de pinche o de peón, era lo más fácil, y los tomates, en alguna de las Compañías recién llegadas de Canarias, (Bonny, Fesa, Etasa... la de los Zumos Vida), era lo más lucrativo, aunque las jornadas eran más agotadoras.
El primer jornal, que se entregaba religiosamente “a la mare”, te consagraba ya definitivamente “com a un home”, como a persona mayor y componente indisoluble de la economía familiar. Era un acontecimiento que derivaba en alegría y satisfacción de los mayores, en un desahogo de la economía familiar, en la apertura de una Cartilla de Ahorros (para la mili, se decía), que formaba la primera piedra de tu patrimonio futuro, el primer dinero con que podrías contar en sucesivos momentos de necesidad. Era el momento de otro acontecimiento étnico-familiar: tu padre, delante de todos, te ofrecía –por primera vez- un cigarro, para que te lo fumaras en su presencia.
Y daba igual que ya te hicieras dos paquetes a escondidas. Ese momento significaba tu consagración como componente del escalón más alto del staff familiar. A partir de ahí, ya podías participar, cuando tocase, en manifestar tus opiniones sobre las cosas importantes de la casa y de la familia, de las cosechas o sobre algún acontecimiento de parentesco.
Hoy, a cincuenta años vista, y desde la primera década del siglo siguiente, me maravillo de la sencillez con que fuimos educados, de lo normal, lo diáfano y lo claro que estaba todo, y de lo fácil que resultaba para cualquier niño, saber cual era su lugar en la sociedad de la que formaba parte. Y ese lugar estaba hecho de trabajo, de tesón y de amor a la familia, de aceptación de las reglas y de disfrute de lo que todo aquello te proporcionaba a cambio: el respeto y la consideración de los tuyos, el cariño de tus mayores y la seguridad de formar parte de un núcleo antiguo e indestructible, como era tu familia: tu propia familia.
Nada más, y nada menos.
FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS
Publicado porAlfredo en 15:17 0 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, Nº 109
108. ESTAMPES MINAGRELLERES
viernes, 9 de mayo de 2008
("Farem coquetes de fang...")
(Años 50 del siglo pasado. Tiempos de mi niñez)
No es tan habitual ver correr el agua por la calle, "la dula", llenando completamente calzada y aceras, con un palmo de agua, de portal a portal.
En los años 50, el mayor repartidor de aguas de esta zona, estaba situado en "La Sequiampla" (la sèquia ampla), más o menos en lo que hoy es la confluencia de la prolongación de la Calle del Carmen (carrer Baix) con la Residencia Pérez Mateos (la calle Notario Salvador Montesinos).
En aquel "repartidor" se juntaban los canales procedentes del Azud de Sant Joan y del Pantano de Tibi, y entregaban el agua a las acequias que regaban Lo de Romero, la Finca de la Cadena, (hoy Hospital Universitario), y, -atravesando Benimagrell-, desde el Llogaret, todas las fincas "de baix": lo de Minyana (Villa Ramona), La Providencia, el de Pro, el Canyaret, el de Roís (Ruiz), etc. etc.
Era muy habitual que, tras fuertes lluvias, el pantano de Tibi y el azud hubieran de abrir las compuertas para evitar desbordamientos, lo que provocaba que los canales y acequias fueran insuficientes, y el responsable de las aguas de la zona (el martaver), abriera los partidores para que el agua buscara sus cauces naturales.
Y el cauce más natural, año tras año, era el pueblo de Benimagrell, que quedaba anegado por las aguas, hasta que se vaciaban las escorrentías naturales, cuando el agua llegaba a las acequias de Villa Ramona y del Canyaret, y allí retomaba cauces propios, hasta la playa.
La venida, o el anuncio de esa pequeña riada, la "dula", provocaba sentimientos muy encontrados entre los indígenas minagrelleros: Los padres y abuelos, cabreados, buscando a toda prisa el "partidor", para colocarlo de parapeto en la puerta, sujeto entre los dos "canets" que flanqueaban el quicio ("branca") de la puerta, y que servían, tanto para sujetar el partidor, como para picar el esparto o el "marset" (para hacer capazos, cuerdas o espuertas), o para evitar que el eje saliente de los carros dañara las puertas cuando se entraba en vehiculo deprisa y sin cuidado.
Las madres, diligentes, ayudando al hombre de la casa, amasando un poco de yeso, para tapar las juntas del cierre y evitar que el agua se colara dentro de la casa.
Y los chavales (els xiquets), pasando de todo eso, y mostrando la alegría por la novedad y por las diabluras posteriores que se anunciaban con el agua, con el barro y con el sursum corda que todo ello provocaba.

El agua de la dula comenzaba a bajar mansa y sucia, arrastrando todo el polvo de la carretera, y –en muy poco tiempo- subía de nivel, hasta más de un palmo, y se tornaba rápida y turbulenta, arrastrando todo lo que encontraba a su paso, hortalizas, maleza, e incluso pequeños animales que no pudieron zafarse de la corriente. El espectáculo nos congregaba a todos a las puertas de las casas, mirando con curiosidad la riada, y esperando que el agua terminase de bajar, para salir a jugar con el barro.
El barro de la dula era absolutamente polivalente, podía servir para jugar, hacer presas y pantanos, decorar fachadas (con o sin la aquiescencia de la vecina perjudicada), fabricar pequeños cuencos que luego secábamos al sol (pitxerets, gotets i platets: l´escuraeta de fang), que pocas veces llegaban vivos o enteros a cumplir su cometido. También se convertía en armamento guerrero para una buena lucha callejera, en la que todos quedábamos como el santo cristo: llenos de barro de la cabeza a los piés.
No existían entonces las botas de agua; todos calzábamos alpargatas, cerradas o de "veteta", con suela de esparto o de cañamo. Directamente sin nada en verano, y con calcetines cortos en invierno. Podéis suponer lo que suponía para ese calzado, unas horas de "dula", de juego, de arquitectura pantanera o de guerra sin cuartel.
Y quedaba en el suelo, como un huevo frito aplastado y sin yema, para regocijo de todos los participantes... Les coquetes de fang.
La parte más desagradable del asunto, solía venir a continuación, al llegar a casa, llenos de barro de la cabeza a los piés, e impregnados de "la dula" hasta los tuétanos. Lo más normal es que nuestras madres se quitaran la zapatilla, y nos premiaran con unos cuantos alpargatazos en el culo, la parte más blanda y accesible de nuestras anatomías de entonces. No se tomaba aquello como represión, ni como malos tratos ni como violencia de género, ya que las costumbres hacen leyes, y nadie de mi generación se consideraría agredido, ofendido ni agraviado por unos cuantos azotes maternos: era el precio a pagar por disfrutar de "la dula".
Más de uno tenemos el trasero bien curtido por la suela de una alpargata de cáñamo o de esparto, agradecidos a la providencia de que nuestras madres fueran amantes del calzado autóctono. Nuestros compañeros inmigrantes, ("xurros" o castellans), los que comenzaban a llegar entonces de Pozondo a trabajar en los tomates, lo tenían bastante más crudo que nosotros. Los culos, las costumbres, los castigos y las madres eran muy parecidos... pero sus alpargatas eran con suela de goma. Terrible. Aquellos instrumentos debía fabricarlos la Inquisición.
¡Instrumentos de tortura, vamos!
Publicado porAlfredo en 17:00 0 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, curiosidades, Nº108
107. ESTAMPES MINAGRELLERES (y 2)
domingo, 13 de abril de 2008

Un poco más tarde, hacía su entrada Pepe, "el chambilero", el padre de Reme, que muy posteriormente abriría su heladería en la Rambla, frente al cine Cervantes (de invierno). El carro de los helados, era de madera, muy pintado, y con un techo adornado con una cenefa de color azul. Dos "garrapinyeres" conteniendo el helado que indefectiblemente eran de "mantecao" y de fresa o chocolate. El "chambi" era un cucurucho que solía costar unos diez céntimos (de peseta, claro) y que años más tarde llegó a costar un real (25 céntimos). Los "ricos" compraban su chambi, de lujo, hecho con un molde rectangular de mango cromado, en el que se insertaba una galleta abajo, luego el helado, y otra galleta encima, a modo de bocadillo o sándwich.
Era la hora de los juegos. Los deberes hechos, la cara con churretones, pantalones de jugar, alpargatas "corredoretes", hechas a mano por mi tía Consuelo, que tenía la alpargatería en la plaza de Sant Joan, frente al templete de la música, al lado del taller de bicicletas y frente a la mercería de Rubio.
Los juegos.... increíbles. Cada época tenía un juego diferente, que se iba sucediendo y alternando de forma natural, sin que nadie fuese capaz de conocer en profundidad esa secuencia o alternancia de los juegos.
No había balones de reglamento, por lo que el fútbol como tal no era demasiado ejercitado. Sí que se jugaba a la pelota contra la pared, el frontón sobre fachadas de cemento en donde no hubiese ventanas ni cristales cerca. Las pelotas eran de piel fina, hechas por nosotros mismos, o de baqueta, si alguno la heredaba del padre o del abuelo. Cada vez que una pelota se quedaba colgada en un tejado, en el alero o en el "canaló", era un verdadero drama. También se jugaba a un "tu-la-llevas" tirándonos esa misma pelota con toda la fuerza de que uno era capaz, y al que le daban, "pagaba", y debía quedarse quieto hasta el final del juego. Los pelotazos eras dolorosísimos, y ahí se dilucidaban toda clase de venganzas y asuntos pendientes entre "els xiquets".
Y el "xurro-mediamanga-mangotero", que era otro juego brutal, en el que uno de los equipos hacía de "burro", a cuatro patas, en hilera, contra la pared, y el otro se lanzaba encima, a tropel, unos sobre otros, hasta que la falla se venía abajo entre risas y llantos para comenzar todo de nuevo.
Y las chapas. Las chapas de gaseosa y de cerveza, eran adornadas con cromos de jugadores de fútbol, y se cubrían con un cristal debidamente tallado, con toda la paciencia del mundo, golpeando con el canto de una piedra, para que el cristal quedase redondito, del tamaño interior de la chapa. Y se sujetaba con un borde de masilla o de jabón "del lagarto". Estas chapas eran a la vez instrumentos del juego, y moneda de cambio, que ganabas o perdías, según fuese tu habilidad en el juego.
Y los huesos de albercoc (albaricoque). Este era el único juego que tenía una época, siempre coincidente con la aparición de estos frutos que, comiéndolos verdes y en exceso, nos producían unas descomunales diarreas y eran muy dosificados, debido a esos efectos, por parte de madres y abuelas. Los huesos para jugar, eran cuidadosamente desgastados rozándolos contra el bordillo de la acera, hasta que conseguías hacerles un agujero por ambos lados, y ensartar unos cuantos en forma de collar o lanzadera, que era utilizado, a mode de honda, para sacar otros huesos del "rogle" que era el escenario del juego, en el suelo de la propia calle.
Y el "marro", y el "parí-parao", y las carreras, y....... un verdadero catálogo de juegos, a cual más divertido, en el que no había absolutamente ningún juguete ni artilugio que no fuese confeccionado por nosotros mismos.
En la postguerra, no había juguetes de Reyes, ni Papás Noel ni cristo que lo fundó. Los reyes, en aquella época, nos traían libretas, algún cuento, lápices, gomas de borrar y pinturas de Alpino. Y algún calcetín o algo de ropa interior. Y punto pelota.
Pero, a pesar de todo, de la represión política imperante, de la pobreza y de la necesidad, los chavales de entonces éramos los seres más felices del mundo.
Y sigamos el relato, con el devenir de las horas minagrelleras.
La hora de "poqueta nit", un claroscuro de despedida de la tarde, y las primeras umbrías nocturnas; la hora de terminar los deberes escolares, o de preparar la cena, la hora en que los hombres volvían del campo o de la obra, y la calle se iba llenando otra vez de actividad.
Los abuelos, iban sacando las sillas, o la mecedora, a la calle, a disfrutar "de la frescoreta", haciendo gana, para la cena, una vez pasados los rigores del sol diurno.
Era la hora en que "el Vigilant" pasaba, calle abajo, con una caña larga, provista de un clavo en la punta, con la cual iba encendiendo los interruptores (de cuchilla, al más puro estilo eléctrico-rupestre), para encender la docena escasa de bombillas de 25 vatios que alumbraban las noches del pueblo.
Y tras la cena, las reuniones vecinales "a prendre la frescor", en donde nos reuníamos en corros para hablar de todo lo divino y lo humano. Para contar chismes, o cuentos de terror, o simplemente cantar en grupo alguna habanera mil veces oída, pero que sonaba distinta cada vez. La hora de ver pasar a la gente, que con cada "bona nit", te regalaba su cortesía y su saludo. Un "bona nit" que debía repetir, casa por casa y corro por corro, aunque fuese a cada paso, para no ser calificado de maleducado.
Y entre cuento y cuento, con la noche ya cerrada, iban "cayendo" los más pequeños, y desertando los mayores, que se escapaban a jugar "al carreró", el callejón que había junto al pozo de la plaza de la fuente, que era la fachada de la tienda de mi abuela "Asunción la Caliua", fuera de la vista y del control de los padres, para seguir haciendo pillerías y diabluras, en los bancales cercanos, hasta que los gritos agudos de las madres, como lluecas en busca de sus pollitos, nos iban recogiendo a todos, uno a uno, cada mochuelo a su olivo.
Son recuerdos de hace ya sesenta años, raíces guardadas en lo más profundo del corazón, estampas sentidas, vividas golpe a golpe y verso a verso, que han conformado día a día, y año a año, la clase de personas, la clase de hombres que somos hoy.
Hombres "del carrer", hombres "del poble", un sello indeleble que podemos lucir con orgullo, aunque el paso del tiempo nos haya llevado a vivir muy, muy lejos de aquella tierra materna, la que nos ha amamantado con tanto amor y con tanta dedicación.
Publicado porAlfredo en 23:59 0 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, Nº 107
106. ESTAMPES MINAGRELLERES (PARTE 1)
viernes, 7 de marzo de 2008
El Benimagrell de mi niñez, estaba atravesado por la carretera de la Playa, una carretera de piedra compactada, sin aceras o con aceras de tierra limitadas por un simple bordillo (el "barró") de piedra viva, aceras que los vecinos más acomodados podían cubrir con algo de cemento, para que la mujer pudiese barrer, por la mañana temprano, y echar algo de agua ("arruixar"), para mitigar el polvo que levantaban los coches al pasar.
Calle de todos. De las bicicletas y de los carros, de madrugada, en las horas en que los jornaleros se iban a trabajar, cada uno a su tajo, o a su parcela (el bancal).
A pie o en bici, porque todavía no habían llegado los tiempos de la Vespa, el Vespino ni siquiera el Isocarro o el motocarro, que se hizo tan popular años después.
Calle del "ganao" (ramat) de Modesto Sendera o de Paco el de les cabres, que pasaban a la hora en que los chavales salíamos para el colegio ("la escola de don Jaime", junto a la peluquería de Pepe el Barber, o la de "doña María"), que estaba al principio del pueblo, frente a la casa "del Vigilant", el sereno oficial de Benimagrell.
Cada casa tenía una o dos cabras, que "pasturaban" en uno de los dos ramats, a cambio de una pequeña recompensa semanal al cabrero o pastor. Cabras inteligentes, que sabían perfectamente cuando tenían que salir, y que jamás se equivocaban de "ganao" al salir, ni de casa, al volver a su corral por la tarde.
El espectáculo del paso del ganado, era absolutamente curioso. Cada mañana, con puntualidad, al paso del pastor, se abría la puerta del corral, y las cabras, sin ninguna indicación ni ayuda, salían mansamente de las casas y se incorporaban al resto del "ramat". Por las tardes, al anochecer, a la vuelta, según se acercaban a cada puerta, las cabras se separaban del resto y –cada una- entraba en su casa, sabiamente y sin equivocarse jamás, atentas solamente a no dejar ni una cagarruta, porque ello les hacía acreedoras de un escobazo de la dueña de la casa.
Media mañana, otra estampa típica: Pepe "el peixcater", un hombre manco, muy delgado, con boina, que llevaba una bicicleta aparejada con un "corbo de peix", una caja muy grande en el sillín trasero, en donde llevaba la morralla, la sardina, el "sorell", la morena o el "congre", los pulpitos o el "bacallaret"... junto con una balanza de fiel metálico, cuyas pesas eran piedras de la playa, que debían tener un peso preestablecido.
Las mujeres salían a comprar y a regatear la mercancía. Y era absolutamente curioso ver al manco seleccionar el pescado, colocarlo en el platillo, pesarlo, envolverlo en un papel de estraza y cobrar... todo ello con una sola mano, y el muñón de la otra. Una estampa entrañable, digna de una película en blanco y negro.
Desde el mediodía hasta las cinco de la tarde, la calle entraba en una somnolencia propia de cada estación en donde la calle era de la chiquillería al ir y volver del colegio, solos, o con los hermanos mayores, porque la calle era de los niños, niños absolutamente libres y seguros, en una época en que el pueblo apenas era cruzado por media docena de carros y la misma cantidad de coches, en todo un día, camino de la playa. Y la seguridad se hacía efectiva en las casas, todas con la puerta abierta o, como mucho, entornada.
Publicado porAlfredo en 23:59 0 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, curiosidades, historia, Nº 106
102. HISTORIAS DEL CALLEJERO. LA CALLE BENIMAGRELL (y II)
viernes, 9 de noviembre de 2007

El 23 de marzo de 1925, vecinos pertenecientes a las Sociedades Patronal y Obrera y Regantes de la Huerta solicitaron al Ayuntamiento que la calle recibiera el nombre de Juan Rubert. Don Juan Rubert Orts era el propietario de la finca Nazareth y concejal del Ayuntamiento alicantino. Luchó además por la llegada de las Aguas de Levante a la Huerta y por las mejoras de la misma. El Ayuntamiento aprobó en sesión del 9 de mayo del mismo año el cambio de nombre de la Calle Benimagrell, que pasaría a llamarse de Juan Rubert desde el número 67 hasta el final.
Francisco Ferrer Guardia fue un anarquista catalán fundador de la Escuela Moderna en 1901. Es acusado de ser encubridor del terrorista Mateo Morral que atentó contra Alfonso XIII. Sale libre pero ya en 1909 es fusilado en Montjuïc acusado de ser un instigador de la Setmana Tràgica de Barcelona lo cual provocó una fuerte contestación internacional. Existe una asociación con su nombre.
Tras el fin de la guerra y en sesión del 15 de agoso de 1939, se cambian los nombres de las 2 calles, que curiosamente pasarían a ser avenidas, pese al ancho de las mismas. Desde entonces serían Avdas de Italia y Alemania. Estos dos países, junto a Portugal que también recibió una vía (hoy C/ Deán Antonio Sala), fueron los que apoyaron a Franco durante la Guerra.
Pero Benimagrell no se olvidó de Juan Rubert y su famlia, que ayudó en la restauración de la ermita. El alcalde de barrio Antonio Fons recoge firmas y solicita, el 23 de octubre de 1962, que la Avenida de Alemania vuelva a llamarse Calle de Juan Rubert. El alcalde Agustín Pastor solicita consejo al Cronista Sánchez Buades el cual da su visto bueno. Al parecer este cambio de nombre no sería atendido. En 1968 la barriada sufre el traumático paso de la Carretera de Valencia que la aísla de Sant Joan. La calle pasaría a denominarse de nuevo e íntegramente Calle de Benimagrell, nombre con el que ha llegado hasta nuestros días.
Publicado porAlfredo en 8:59 2 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, callejero, historia, nº 102
101. CALLEJERO: LA C/ BENIMAGRELL (PARTE 1)
miércoles, 3 de octubre de 2007
Según el estudio realizado por Mikel Epalza para la Universidad de Alicante, el origen del nombre de Benimagrell hay que buscarlo en un texto de Ibn Al-Abbar del siglo XIII donde aparece por primera vez su origen. Hace referencia a Saíd Ibn Magrel. Según cuenta en el texto, viajó a La Meca y copiaba ejemplares del Corán entre otras cosas, lo que indica que podría proceder de familia acomodada.
La palabra Magrel es árabe pero de origen latino. Son pocos los nombres conservados de origen latino debido en parte al desprestigio de la cultura latina por Al-Ándalus. Magrel es un adjetivo latino formado por magrû (delgado) y el sufijo diminutivo ellû, por lo que Ibn Magrel significaría "hijo de flacucho".
El mes que viene analizaremos los cambios de nombre que ha tenido esta calle.
Publicado porAlfredo en 9:59 0 comentarios
Etiquetas: BENIMAGRELL, callejero, historia, Nº 101