111. ESTAMPES MINAGRELLERES. EL IAIO QUITO L'ESTUDIANT
viernes, 12 de septiembre de 2008
- EL IAIO QUITO L’ESTUDIANT -
(Años 50 del siglo pasado. Tiempos de mi niñez)
(Años 50 del siglo pasado. Tiempos de mi niñez)
Cada vez que contamos cosas de los nietos, a los abuelos nos dicen que se nos cae la baba. Cierto. Los abuelos estamos, entre otras cosas, para eso, para presumir de nietos.
Pero, curiosamente, yo he presumido toda la vida, también de haber disfrutado de uno de los abuelos más emblemáticos de Benimagrell, una persona entrañable, sosegada, amable, quizá muy callado, gran trabajador y –sobre todo- un sabio en su profesión de agricultor, de artesano de la tierra: el iaio Quito l´Estudiant.
Desde niño aprendió el oficio de su padre y de sus ancestros familiares. En la época en que yo compartí con él una parte importante de mi niñez, cultivaba cuatro o cinco pedazos de tierra en Mosén Saies, en el de Morriquet, en La Pasió y en la Olivera, (esta ultima en lo que hoy es el Hotel Almirante), de la Playa de San Juan.
El abuelo era perfeccionista, enamorado de su trabajo, y amante de sus nietos. Resulta curioso que, una persona tan callada como él, fuese tan sensible y detallista con los pequeños, tan paciente a la hora de aguantar sus travesuras, y tan buen maestro a la hora de enseñar las distintas labores de la tierra, casi todo en secano, salvo algún trozo que todavía se podía regar del Pantano de Tibi, comprando una hora de agua a cambio de los ahorros de una cosecha.
La tierra es un oficio duro, pero además, el secano hace de ese oficio una esclavitud. Cada vez que caían cuatro gotas de agua, en aquella época en que el rotovator era pura entelequia, la poca humedad caída en la tierra, se mantenía escardando “entrecavant”, una y otra vez, cien veces si fuera necesario, para hacer que cada “collita” fuese el resultado de una guerra ciclópea contra los elementos.
Cada vez que algún gracioso soltaba el adagio de “Alacant... la millor terreta del món”, en Iaio Quito contestaba de inmediato, por lo bajo: “... sí, clar, la millor terreta... per a escurar les paelles.
Presumía de sus melones, de sus olivos, algarrobos, almendros, tomateras y sobre todo de sus habas. Es bien sabido que las habas son un cultivo muy puñetero, porque la planta consume sus energías en estética o en fruto; nunca en ambas facetas a la vez. O consigues unas matas altas y lozanas, con muy poco fruto, o el logro se cifra en matas muy pequeñas, con gran cantidad de habas que has de coger castigando los riñones para cogerlas una a una a ras de suelo.
Pues bien, el abuelo era una excepción, y guardaba celosamente el secreto de conseguir unas plantas altas, casi del tamaño de un hombre, cargadas de frutos enormes y lozanos, como para hacer quedar mal el tópico antes citado sobre estas plantas. Su secreto tenía mucho que ver con términos que hoy hemos bautizado con los nombres de “ecología” o “desarrollo sostenible”. La energía propia del sol, que hoy recogemos con paneles fotovoltaicos o térmicos, ya era sobradamente conocida por el iaio Quito, en el primer tercio del siglo pasado, ya que que siempre mantuvo que a las plantas crecían más por los efectos del sol, que por el agua. El abuelo decía: “els clots de les faves s´han de ‘solejar’ tot l´estiu, perque així creixen molt més”.
La sabiduría del iaio, tenía su apoyo en la paciencia y en el orden. En primavera, se comenzaban las labores de las habas, haciendo unos hoyos grandes, que se abrían meses antes de la plantación para que recibieran el sol del verano, para que la tierra “de baix” recibiera y acumulara toda esa energía que el iaio presentía que la planta iba a necesitar más tarde.
A mediados de verano, se dejaban caer, a mano, un par de puñados de estiércol animal en cada hoyo, y se cubría con dos dedos de arena de playa, lavada concienzudamente para que perdiese toda la sal marina que pudiese quedarle. A continuación, otro par de puñados de tierra fina para que el viento no desparramase la arena transportada con tanto esfuerzo. Y al poco tiempo, en cada contenedor, trabajado con tanto primor, se introducían un par de habas enormes, seleccionadas pacientemente de la simiente de la cosecha del año anterior, para garantizar la constante mejora del producto.
Un riego de compromiso, y a esperar. El refrán decía que “L´ull de les faves ha de estar fora per escoltar les campanes del ‘Cristo’”, y siempre se cumplió la tradición. La particularidad de las habas cultivadas de esta guisa, era que, en dos semanas alcanzaban un palmo de altura, y en muy poco tiempo florecían, mucho antes que las plantadas en los campos de alrededor, lo que le granjeaba al iaio la envidia de sus competidores, que nunca conocieron (o no tuvieron la paciencia necesaria) para preparar los planteles con toda la parafernalia ecológica y sabia del abuelo.
Y, ahora como nieto, os cuento una de las manifestaciones más queridas del iaio Quito: la llegada de las primicias. El abuelo tenía completamente controlados todos los árboles de sus bancales, con lo cual, sabía perfectamente las fases de maduración de sus higueras (“A Sant Joan, bacores. Verdes o madures, segures”). Pero no bastaba con la primera breva, puesto que tenía tres nietos pequeños para satisfacer. Con lo cual, siempre debía controlar, por lo menos, tres frutos, competir con los pájaros para que no le malograsen la primera cosecha, y estar preparado para el acontecimiento de la maduración.
Y así, la sorpresa estaba preparada para los nietos. Un día cualquiera, el iaio nos dejaba caer la contraseña: “Demà per la vesprada, vindreu a esperar al iaio?”. Esta frase, nos hacía suponer que algo especial se estaba cociendo para el día siguiente, con lo cual, a la salida del colegio, con mis hermanos José Manuel y Antonio, tras coger la merienda (rebanadas de pan de coca con aceite y sal, o con aceite y azúcar, o con miel... o con el famoso “giraboix” hecho con ñora y ajo picados), los tres nietos nos situábamos en el camino de llegada al pueblo, según el bancal que estuviese cultivando el iaio en ese momento: delante del de Minyana, frente a la casa del maestro “Pepito el Pobret”, si el iaio venía de La Passió o de La Olivera; frente al de Pilot, si el iaio venía del de Morriquet, o en “el carreró”, junto a la tienda de la abuela Asunción “la Caliua”, si el iaio Quito venía del de Mossensàies.
Y al atardecer, por allí aparecía el iaio, con una primorosa cesta de mimbre o de esparto, tapada con unos “pàmpols” muy verdes y lozanos, que escondían el “present” que el abuelo traía para sus nietos: tres hermosas brevas, o tres sabrosísimos higos, o los tres primeros racimos de uva moscatel que las viñas hubiesen producido, de todo lo plantado por el iaio.
Esas tradiciones y esos recuerdos tan, tan antiguos, son los que me han hecho idealizar mi niñez, y dar permanentemente las gracias a la Providencia, por haberme permitido nacer y ver las primeras luces, en un lugar tan entrañable y tan especial como los lares minagrelleros.
FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS
Pero, curiosamente, yo he presumido toda la vida, también de haber disfrutado de uno de los abuelos más emblemáticos de Benimagrell, una persona entrañable, sosegada, amable, quizá muy callado, gran trabajador y –sobre todo- un sabio en su profesión de agricultor, de artesano de la tierra: el iaio Quito l´Estudiant.
Desde niño aprendió el oficio de su padre y de sus ancestros familiares. En la época en que yo compartí con él una parte importante de mi niñez, cultivaba cuatro o cinco pedazos de tierra en Mosén Saies, en el de Morriquet, en La Pasió y en la Olivera, (esta ultima en lo que hoy es el Hotel Almirante), de la Playa de San Juan.
El abuelo era perfeccionista, enamorado de su trabajo, y amante de sus nietos. Resulta curioso que, una persona tan callada como él, fuese tan sensible y detallista con los pequeños, tan paciente a la hora de aguantar sus travesuras, y tan buen maestro a la hora de enseñar las distintas labores de la tierra, casi todo en secano, salvo algún trozo que todavía se podía regar del Pantano de Tibi, comprando una hora de agua a cambio de los ahorros de una cosecha.
La tierra es un oficio duro, pero además, el secano hace de ese oficio una esclavitud. Cada vez que caían cuatro gotas de agua, en aquella época en que el rotovator era pura entelequia, la poca humedad caída en la tierra, se mantenía escardando “entrecavant”, una y otra vez, cien veces si fuera necesario, para hacer que cada “collita” fuese el resultado de una guerra ciclópea contra los elementos.
Cada vez que algún gracioso soltaba el adagio de “Alacant... la millor terreta del món”, en Iaio Quito contestaba de inmediato, por lo bajo: “... sí, clar, la millor terreta... per a escurar les paelles.
Presumía de sus melones, de sus olivos, algarrobos, almendros, tomateras y sobre todo de sus habas. Es bien sabido que las habas son un cultivo muy puñetero, porque la planta consume sus energías en estética o en fruto; nunca en ambas facetas a la vez. O consigues unas matas altas y lozanas, con muy poco fruto, o el logro se cifra en matas muy pequeñas, con gran cantidad de habas que has de coger castigando los riñones para cogerlas una a una a ras de suelo.
Pues bien, el abuelo era una excepción, y guardaba celosamente el secreto de conseguir unas plantas altas, casi del tamaño de un hombre, cargadas de frutos enormes y lozanos, como para hacer quedar mal el tópico antes citado sobre estas plantas. Su secreto tenía mucho que ver con términos que hoy hemos bautizado con los nombres de “ecología” o “desarrollo sostenible”. La energía propia del sol, que hoy recogemos con paneles fotovoltaicos o térmicos, ya era sobradamente conocida por el iaio Quito, en el primer tercio del siglo pasado, ya que que siempre mantuvo que a las plantas crecían más por los efectos del sol, que por el agua. El abuelo decía: “els clots de les faves s´han de ‘solejar’ tot l´estiu, perque així creixen molt més”.
La sabiduría del iaio, tenía su apoyo en la paciencia y en el orden. En primavera, se comenzaban las labores de las habas, haciendo unos hoyos grandes, que se abrían meses antes de la plantación para que recibieran el sol del verano, para que la tierra “de baix” recibiera y acumulara toda esa energía que el iaio presentía que la planta iba a necesitar más tarde.
A mediados de verano, se dejaban caer, a mano, un par de puñados de estiércol animal en cada hoyo, y se cubría con dos dedos de arena de playa, lavada concienzudamente para que perdiese toda la sal marina que pudiese quedarle. A continuación, otro par de puñados de tierra fina para que el viento no desparramase la arena transportada con tanto esfuerzo. Y al poco tiempo, en cada contenedor, trabajado con tanto primor, se introducían un par de habas enormes, seleccionadas pacientemente de la simiente de la cosecha del año anterior, para garantizar la constante mejora del producto.
Un riego de compromiso, y a esperar. El refrán decía que “L´ull de les faves ha de estar fora per escoltar les campanes del ‘Cristo’”, y siempre se cumplió la tradición. La particularidad de las habas cultivadas de esta guisa, era que, en dos semanas alcanzaban un palmo de altura, y en muy poco tiempo florecían, mucho antes que las plantadas en los campos de alrededor, lo que le granjeaba al iaio la envidia de sus competidores, que nunca conocieron (o no tuvieron la paciencia necesaria) para preparar los planteles con toda la parafernalia ecológica y sabia del abuelo.
Y, ahora como nieto, os cuento una de las manifestaciones más queridas del iaio Quito: la llegada de las primicias. El abuelo tenía completamente controlados todos los árboles de sus bancales, con lo cual, sabía perfectamente las fases de maduración de sus higueras (“A Sant Joan, bacores. Verdes o madures, segures”). Pero no bastaba con la primera breva, puesto que tenía tres nietos pequeños para satisfacer. Con lo cual, siempre debía controlar, por lo menos, tres frutos, competir con los pájaros para que no le malograsen la primera cosecha, y estar preparado para el acontecimiento de la maduración.
Y así, la sorpresa estaba preparada para los nietos. Un día cualquiera, el iaio nos dejaba caer la contraseña: “Demà per la vesprada, vindreu a esperar al iaio?”. Esta frase, nos hacía suponer que algo especial se estaba cociendo para el día siguiente, con lo cual, a la salida del colegio, con mis hermanos José Manuel y Antonio, tras coger la merienda (rebanadas de pan de coca con aceite y sal, o con aceite y azúcar, o con miel... o con el famoso “giraboix” hecho con ñora y ajo picados), los tres nietos nos situábamos en el camino de llegada al pueblo, según el bancal que estuviese cultivando el iaio en ese momento: delante del de Minyana, frente a la casa del maestro “Pepito el Pobret”, si el iaio venía de La Passió o de La Olivera; frente al de Pilot, si el iaio venía del de Morriquet, o en “el carreró”, junto a la tienda de la abuela Asunción “la Caliua”, si el iaio Quito venía del de Mossensàies.
Y al atardecer, por allí aparecía el iaio, con una primorosa cesta de mimbre o de esparto, tapada con unos “pàmpols” muy verdes y lozanos, que escondían el “present” que el abuelo traía para sus nietos: tres hermosas brevas, o tres sabrosísimos higos, o los tres primeros racimos de uva moscatel que las viñas hubiesen producido, de todo lo plantado por el iaio.
Esas tradiciones y esos recuerdos tan, tan antiguos, son los que me han hecho idealizar mi niñez, y dar permanentemente las gracias a la Providencia, por haberme permitido nacer y ver las primeras luces, en un lugar tan entrañable y tan especial como los lares minagrelleros.
FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS
Publicado porAlfredo en 12:20
Etiquetas: BENIMAGRELL, Nº 111, PERSONAJES
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