109. ESTAMPES MINAGRELLERES
jueves, 5 de junio de 2008
- LA FAMÍLIA, ELS XIQUETS... -
(Años 50 del siglo pasado. Tiempos de mi niñez)
(Años 50 del siglo pasado. Tiempos de mi niñez)
En todas partes estamos presenciando el problema de la educación infantil, una asignatura que muchos consideran pendiente, por lo difícil de su contenido, y por todos los testimonios que tenemos en la actualidad de lo mal que van los chavales en los colegios, en su relación con los padres, y lo difícil que resulta la educación sin principios claros de convivencia, de autoridad y de la seguridad necesaria para el entorno familiar.
En mi niñez, los críos se situaban en la familia como algo natural, con un crecimiento absolutamente reglado por las circunstancias familiares, laborales, de la tierra y de la cosecha. Un crío era considerado “manyaco” o “mocós”, hasta que su función en la familia le permitía llegar a un grado mayor de consideración. Apenas con el pañal quitado, ya andábamos de un lado para otro, haciéndonos notar, armando bulla para hacernos presentes en cada acto y en cada circunstancia del día a día.
Hasta que, apenas con cuatro o cinco años, el “iaio”, como cabeza del grupo familiar, se fijaba en ti, y te hacía la primera propuesta “com a un home”: per què no acompanyes al iaio a arreplegar olives?. A partir de esa propuesta, la vida del crío comenzaba un cambio fundamental, ecológico, laboral y familiar. El objeto de la colaboración era aprovechar las habilidades infantiles, los dedos pequeñitos del crío, que llegaban al fondo de las grietas de la tierra, entre els “tarrossos”, a todos aquellos lugares a los que un adulto no podía llegar.
El primer “cabás d´olives” recogido por el nieto, era orgullosamente pregonado por el abuelo, para que todo el pueblo, todo el ámbito familiar quedara debidamente enterado de que el xiquet ja s´està fent un home. A partir de ese momento, ya no eras un objeto móvil de la casa, un trasto, un mocoso: ya eras parte del entramado agrícola-familiar de la casa. Salías de las faldas de tu madre, para pasar a ser miembro activo, a disposición de la logística del entorno.
El paso siguiente, poco después, y coincidiendo con la edad de la primera comunión (7-8 añitos), era la adquisición de la herramienta, de los útiles propios para las labores de la tierra. Aprovechando la Santa Faç, el iaio te llevaba “a la fira”, y allí te compraba la primera “aixaeta”, el primer “llegonet”, el “cabàs d´anar al bancal”, y la navaixeta con la que podíamos presumir, ante los amigos de l´escola, de haber dejado de pertenecer al clan de los “manyacos”, y estar ya situados en el siguiente escalón del organigrama, en el esquema productivo del clan familiar.
A partir de ese momento, el chaval ya debía compaginar la escuela con los deberes de la tierra, participar en la plantación o en la recogida de las cosechas propias del secano de la terreta: olivas, almendras, algarrobas, tomates, pimientos, y algún frutal de menor entidad. Ya se te podía pedir el madrugón para llevar el almuerzo a los mayores que estaban en el campo desde el amanecer, o en la “almàssera”, fent l´oli en el turno que les correspondiera. Y ya podías participar –con voz, aunque sin voto todavía-, en las conversaciones de los mayores, en las que se comentaba alguna cosa del trabajo diario de la colectividad.
El paso siguiente, y aún con pantalones cortos, era hacerse presente en otro ámbito “dels hòmens”: el bar. El único bar del pueblo, en la década de los 50, era el bar “de l´Alguacil”, que estaba situado justo frente a la escuela de Don Jaime. Como no existía todavía la jornada laboral de las 40 horas, el bar se abría al amanecer, y los hombres entraban a tomar un orujo, una absenta o un aguardiente, para irse calientes al bancal. Apenas había parroquia ni clientela, hasta última hora de la tarde en que esos mismos hombres volvían por allí para hacerse “una palometa”, o un chato de vino antes de la cena.
El momento más concurrido del bar, era los domingos, al medio día, en que los cabezas de familia iban allí para “fer la partideta a la brisca” para hacerse un vermuth, con sifón, ya que no se había popularizado todavía -¡ni muchísimo menos!- la omnipresente cerveza actual. Y llegaba un momento en el que tu madre te mandaba a darle el recado a tu padre: dis-li al pare, que vaig a tirar l`arròs a l´olleta, i que en vint minuts, estarém a taula... y salías escapado al bar, al dominio de los mayores, a cumplimentar el encargo.
Y si todo iba bien, aquel día, tu padre te hacía la pregunta iniciática fundamental: vols un vermutet?. Aquello te solía pillar desprevenido, pero el “si” estaba más que servido, pasase lo que pasase. Y tu padre hacía que te sirviesen dos gotas de Cinzano, en un vaso lleno de sifón, y que te lo tomases allí, “amb els homens”, como primer testimonio de que los pantalones cortos iban a alargarse pronto, y que ese esbozo de bigote que te estaba saliendo bajo la nariz, iba a ser precursor de otros eventos más trascendentales.
Ya habías escalado un nivel más en la consideración del foro, en el ágora del pueblo.
A partir de los 14 años, y aún yendo todavía al colegio, es muy posible que comenzases a trabajar “en serio”, ya que los 14 eran el límite de edad en que en aquellos tiempos se permitía trabajar a los chavales. Los tomates y la obra eran las dos alternativas más factibles. La Obra, de pinche o de peón, era lo más fácil, y los tomates, en alguna de las Compañías recién llegadas de Canarias, (Bonny, Fesa, Etasa... la de los Zumos Vida), era lo más lucrativo, aunque las jornadas eran más agotadoras.
El primer jornal, que se entregaba religiosamente “a la mare”, te consagraba ya definitivamente “com a un home”, como a persona mayor y componente indisoluble de la economía familiar. Era un acontecimiento que derivaba en alegría y satisfacción de los mayores, en un desahogo de la economía familiar, en la apertura de una Cartilla de Ahorros (para la mili, se decía), que formaba la primera piedra de tu patrimonio futuro, el primer dinero con que podrías contar en sucesivos momentos de necesidad. Era el momento de otro acontecimiento étnico-familiar: tu padre, delante de todos, te ofrecía –por primera vez- un cigarro, para que te lo fumaras en su presencia.
Y daba igual que ya te hicieras dos paquetes a escondidas. Ese momento significaba tu consagración como componente del escalón más alto del staff familiar. A partir de ahí, ya podías participar, cuando tocase, en manifestar tus opiniones sobre las cosas importantes de la casa y de la familia, de las cosechas o sobre algún acontecimiento de parentesco.
Hoy, a cincuenta años vista, y desde la primera década del siglo siguiente, me maravillo de la sencillez con que fuimos educados, de lo normal, lo diáfano y lo claro que estaba todo, y de lo fácil que resultaba para cualquier niño, saber cual era su lugar en la sociedad de la que formaba parte. Y ese lugar estaba hecho de trabajo, de tesón y de amor a la familia, de aceptación de las reglas y de disfrute de lo que todo aquello te proporcionaba a cambio: el respeto y la consideración de los tuyos, el cariño de tus mayores y la seguridad de formar parte de un núcleo antiguo e indestructible, como era tu familia: tu propia familia.
Nada más, y nada menos.
FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS
En mi niñez, los críos se situaban en la familia como algo natural, con un crecimiento absolutamente reglado por las circunstancias familiares, laborales, de la tierra y de la cosecha. Un crío era considerado “manyaco” o “mocós”, hasta que su función en la familia le permitía llegar a un grado mayor de consideración. Apenas con el pañal quitado, ya andábamos de un lado para otro, haciéndonos notar, armando bulla para hacernos presentes en cada acto y en cada circunstancia del día a día.
Hasta que, apenas con cuatro o cinco años, el “iaio”, como cabeza del grupo familiar, se fijaba en ti, y te hacía la primera propuesta “com a un home”: per què no acompanyes al iaio a arreplegar olives?. A partir de esa propuesta, la vida del crío comenzaba un cambio fundamental, ecológico, laboral y familiar. El objeto de la colaboración era aprovechar las habilidades infantiles, los dedos pequeñitos del crío, que llegaban al fondo de las grietas de la tierra, entre els “tarrossos”, a todos aquellos lugares a los que un adulto no podía llegar.
El primer “cabás d´olives” recogido por el nieto, era orgullosamente pregonado por el abuelo, para que todo el pueblo, todo el ámbito familiar quedara debidamente enterado de que el xiquet ja s´està fent un home. A partir de ese momento, ya no eras un objeto móvil de la casa, un trasto, un mocoso: ya eras parte del entramado agrícola-familiar de la casa. Salías de las faldas de tu madre, para pasar a ser miembro activo, a disposición de la logística del entorno.
El paso siguiente, poco después, y coincidiendo con la edad de la primera comunión (7-8 añitos), era la adquisición de la herramienta, de los útiles propios para las labores de la tierra. Aprovechando la Santa Faç, el iaio te llevaba “a la fira”, y allí te compraba la primera “aixaeta”, el primer “llegonet”, el “cabàs d´anar al bancal”, y la navaixeta con la que podíamos presumir, ante los amigos de l´escola, de haber dejado de pertenecer al clan de los “manyacos”, y estar ya situados en el siguiente escalón del organigrama, en el esquema productivo del clan familiar.
A partir de ese momento, el chaval ya debía compaginar la escuela con los deberes de la tierra, participar en la plantación o en la recogida de las cosechas propias del secano de la terreta: olivas, almendras, algarrobas, tomates, pimientos, y algún frutal de menor entidad. Ya se te podía pedir el madrugón para llevar el almuerzo a los mayores que estaban en el campo desde el amanecer, o en la “almàssera”, fent l´oli en el turno que les correspondiera. Y ya podías participar –con voz, aunque sin voto todavía-, en las conversaciones de los mayores, en las que se comentaba alguna cosa del trabajo diario de la colectividad.
El paso siguiente, y aún con pantalones cortos, era hacerse presente en otro ámbito “dels hòmens”: el bar. El único bar del pueblo, en la década de los 50, era el bar “de l´Alguacil”, que estaba situado justo frente a la escuela de Don Jaime. Como no existía todavía la jornada laboral de las 40 horas, el bar se abría al amanecer, y los hombres entraban a tomar un orujo, una absenta o un aguardiente, para irse calientes al bancal. Apenas había parroquia ni clientela, hasta última hora de la tarde en que esos mismos hombres volvían por allí para hacerse “una palometa”, o un chato de vino antes de la cena.
El momento más concurrido del bar, era los domingos, al medio día, en que los cabezas de familia iban allí para “fer la partideta a la brisca” para hacerse un vermuth, con sifón, ya que no se había popularizado todavía -¡ni muchísimo menos!- la omnipresente cerveza actual. Y llegaba un momento en el que tu madre te mandaba a darle el recado a tu padre: dis-li al pare, que vaig a tirar l`arròs a l´olleta, i que en vint minuts, estarém a taula... y salías escapado al bar, al dominio de los mayores, a cumplimentar el encargo.
Y si todo iba bien, aquel día, tu padre te hacía la pregunta iniciática fundamental: vols un vermutet?. Aquello te solía pillar desprevenido, pero el “si” estaba más que servido, pasase lo que pasase. Y tu padre hacía que te sirviesen dos gotas de Cinzano, en un vaso lleno de sifón, y que te lo tomases allí, “amb els homens”, como primer testimonio de que los pantalones cortos iban a alargarse pronto, y que ese esbozo de bigote que te estaba saliendo bajo la nariz, iba a ser precursor de otros eventos más trascendentales.
Ya habías escalado un nivel más en la consideración del foro, en el ágora del pueblo.
A partir de los 14 años, y aún yendo todavía al colegio, es muy posible que comenzases a trabajar “en serio”, ya que los 14 eran el límite de edad en que en aquellos tiempos se permitía trabajar a los chavales. Los tomates y la obra eran las dos alternativas más factibles. La Obra, de pinche o de peón, era lo más fácil, y los tomates, en alguna de las Compañías recién llegadas de Canarias, (Bonny, Fesa, Etasa... la de los Zumos Vida), era lo más lucrativo, aunque las jornadas eran más agotadoras.
El primer jornal, que se entregaba religiosamente “a la mare”, te consagraba ya definitivamente “com a un home”, como a persona mayor y componente indisoluble de la economía familiar. Era un acontecimiento que derivaba en alegría y satisfacción de los mayores, en un desahogo de la economía familiar, en la apertura de una Cartilla de Ahorros (para la mili, se decía), que formaba la primera piedra de tu patrimonio futuro, el primer dinero con que podrías contar en sucesivos momentos de necesidad. Era el momento de otro acontecimiento étnico-familiar: tu padre, delante de todos, te ofrecía –por primera vez- un cigarro, para que te lo fumaras en su presencia.
Y daba igual que ya te hicieras dos paquetes a escondidas. Ese momento significaba tu consagración como componente del escalón más alto del staff familiar. A partir de ahí, ya podías participar, cuando tocase, en manifestar tus opiniones sobre las cosas importantes de la casa y de la familia, de las cosechas o sobre algún acontecimiento de parentesco.
Hoy, a cincuenta años vista, y desde la primera década del siglo siguiente, me maravillo de la sencillez con que fuimos educados, de lo normal, lo diáfano y lo claro que estaba todo, y de lo fácil que resultaba para cualquier niño, saber cual era su lugar en la sociedad de la que formaba parte. Y ese lugar estaba hecho de trabajo, de tesón y de amor a la familia, de aceptación de las reglas y de disfrute de lo que todo aquello te proporcionaba a cambio: el respeto y la consideración de los tuyos, el cariño de tus mayores y la seguridad de formar parte de un núcleo antiguo e indestructible, como era tu familia: tu propia familia.
Nada más, y nada menos.
FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS
Publicado porAlfredo en 15:17
Etiquetas: BENIMAGRELL, Nº 109
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