108. ESTAMPES MINAGRELLERES

- QUE VÉ LA DULA !!! -
("Farem coquetes de fang...")
(Años 50 del siglo pasado. Tiempos de mi niñez)

Estamos acostumbrados a ver correr las aguas por sus cauces: acequias, ríos, torrenteras o canales.

No es tan habitual ver correr el agua por la calle, "la dula", llenando completamente calzada y aceras, con un palmo de agua, de portal a portal.

En los años 50, el mayor repartidor de aguas de esta zona, estaba situado en "La Sequiampla" (la sèquia ampla), más o menos en lo que hoy es la confluencia de la prolongación de la Calle del Carmen (carrer Baix) con la Residencia Pérez Mateos (la calle Notario Salvador Montesinos).

En aquel "repartidor" se juntaban los canales procedentes del Azud de Sant Joan y del Pantano de Tibi, y entregaban el agua a las acequias que regaban Lo de Romero, la Finca de la Cadena, (hoy Hospital Universitario), y, -atravesando Benimagrell-, desde el Llogaret, todas las fincas "de baix": lo de Minyana (Villa Ramona), La Providencia, el de Pro, el Canyaret, el de Roís (Ruiz), etc. etc.

Era muy habitual que, tras fuertes lluvias, el pantano de Tibi y el azud hubieran de abrir las compuertas para evitar desbordamientos, lo que provocaba que los canales y acequias fueran insuficientes, y el responsable de las aguas de la zona (el martaver), abriera los partidores para que el agua buscara sus cauces naturales.

Y el cauce más natural, año tras año, era el pueblo de Benimagrell, que quedaba anegado por las aguas, hasta que se vaciaban las escorrentías naturales, cuando el agua llegaba a las acequias de Villa Ramona y del Canyaret, y allí retomaba cauces propios, hasta la playa.

La venida, o el anuncio de esa pequeña riada, la "dula", provocaba sentimientos muy encontrados entre los indígenas minagrelleros: Los padres y abuelos, cabreados, buscando a toda prisa el "partidor", para colocarlo de parapeto en la puerta, sujeto entre los dos "canets" que flanqueaban el quicio ("branca") de la puerta, y que servían, tanto para sujetar el partidor, como para picar el esparto o el "marset" (para hacer capazos, cuerdas o espuertas), o para evitar que el eje saliente de los carros dañara las puertas cuando se entraba en vehiculo deprisa y sin cuidado.

Las madres, diligentes, ayudando al hombre de la casa, amasando un poco de yeso, para tapar las juntas del cierre y evitar que el agua se colara dentro de la casa.

Y los chavales (els xiquets), pasando de todo eso, y mostrando la alegría por la novedad y por las diabluras posteriores que se anunciaban con el agua, con el barro y con el sursum corda que todo ello provocaba.

El agua de la dula comenzaba a bajar mansa y sucia, arrastrando todo el polvo de la carretera, y –en muy poco tiempo- subía de nivel, hasta más de un palmo, y se tornaba rápida y turbulenta, arrastrando todo lo que encontraba a su paso, hortalizas, maleza, e incluso pequeños animales que no pudieron zafarse de la corriente. El espectáculo nos congregaba a todos a las puertas de las casas, mirando con curiosidad la riada, y esperando que el agua terminase de bajar, para salir a jugar con el barro.

El barro de la dula era absolutamente polivalente, podía servir para jugar, hacer presas y pantanos, decorar fachadas (con o sin la aquiescencia de la vecina perjudicada), fabricar pequeños cuencos que luego secábamos al sol (pitxerets, gotets i platets: l´escuraeta de fang), que pocas veces llegaban vivos o enteros a cumplir su cometido. También se convertía en armamento guerrero para una buena lucha callejera, en la que todos quedábamos como el santo cristo: llenos de barro de la cabeza a los piés.

No existían entonces las botas de agua; todos calzábamos alpargatas, cerradas o de "veteta", con suela de esparto o de cañamo. Directamente sin nada en verano, y con calcetines cortos en invierno. Podéis suponer lo que suponía para ese calzado, unas horas de "dula", de juego, de arquitectura pantanera o de guerra sin cuartel.
Yo era más aficionado a fabricar artilugios con el barro, que a tirárselo a los demás. Y recuerdo con especial cariño, "les coquetes de fang": Hacíamos una "coca" de barro, plana, como una pizza pequeña, con el barro más denso, y le hacíamos un hoyo en el centro, rebajando el grosor de la torta, y añadiendo algo de saliva para debilitar el barro en ese centro. A continuación, se lanzaba la "coqueta" con fuerza, al suelo, con la oquedad hacia abajo, de manera que, al llegar al suelo, el impacto reventaba la coca por la parte más débil, que cogiendo una bolsa de aire, explotaba hacia arriba, como un globo de chicle, salpicando la saliva hacia todos los lados.

Y quedaba en el suelo, como un huevo frito aplastado y sin yema, para regocijo de todos los participantes... Les coquetes de fang.

La parte más desagradable del asunto, solía venir a continuación, al llegar a casa, llenos de barro de la cabeza a los piés, e impregnados de "la dula" hasta los tuétanos. Lo más normal es que nuestras madres se quitaran la zapatilla, y nos premiaran con unos cuantos alpargatazos en el culo, la parte más blanda y accesible de nuestras anatomías de entonces. No se tomaba aquello como represión, ni como malos tratos ni como violencia de género, ya que las costumbres hacen leyes, y nadie de mi generación se consideraría agredido, ofendido ni agraviado por unos cuantos azotes maternos: era el precio a pagar por disfrutar de "la dula".

Más de uno tenemos el trasero bien curtido por la suela de una alpargata de cáñamo o de esparto, agradecidos a la providencia de que nuestras madres fueran amantes del calzado autóctono. Nuestros compañeros inmigrantes, ("xurros" o castellans), los que comenzaban a llegar entonces de Pozondo a trabajar en los tomates, lo tenían bastante más crudo que nosotros. Los culos, las costumbres, los castigos y las madres eran muy parecidos... pero sus alpargatas eran con suela de goma. Terrible. Aquellos instrumentos debía fabricarlos la Inquisición.

¡Instrumentos de tortura, vamos!
FRANCISCO JOSÉ LLORENS SELLERS


Publicado porAlfredo en 17:00  

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