108. CUENTO DE ISIDRO: "LOS FRANCESES EN SAN JUAN"
viernes, 9 de mayo de 2008
Con motivo del II Centenario del inicio de la Guerra de la Independencia, hemos querido recuperar un cuento escrito por Isidro Buades en 1983 y publicado en el Boletín LLOIXA nº 19, correspondiente al mes de marzo de dicho año. Isidro narraba en forma de cuento un suceso que le ocurrió a un antepasado suyo allá por 1812.
Un chico de unos trece años, llegó corriendo a la finca aterrorizado y jadeante, contando que los soldados franceses habían entrado en San Juan a saco y degüello. Era la mañana del 21 de abril de 1812.
En el mes anterior, el "senyoret" que solía pasar temporadas en la finca y que era de los que habían jurado fidelidad a Fernando VII y al gobierno legítimo, creyó que lo más conveniente era marchar sin demora al "mas" que poseia en tierras de Busot y allí esperar a que se marcharan las huestes de Napoleón. Ya que él sabía que el ejército francés había iniciado la retirada levantando el sitio a Alicante y no tardarían en estar lejos buscando, cada día más hostigados por militares y civiles, la frontera de su país.
Pero como fuera que en el "mas" no había nadie, tenía que ir él, "Managüelet" que estaba por los quince años, cada cuatro días a llevarle provisiones, y a darle noticias de cómo iban las cosas.
Así estuvieron por espacio de un mes. Indefectiblemente cada cuatro días aparecía "Managüelet" con las viandas que el usía comía con apetito al tiempo que era todo oidos para las noticias que el muchacho le traía.
Un martes por la mañanita iba "Managüelet" evitando el pueblo, por la senda para luego cruzar el río y de allí salvando lomas llegar al escondrijo. Estaba todavía en plena huerta y no lejos de San Juan andando ligero para llegar pronto y regresar antes de que se hiciese de noche.
Enaquellos tiempos por las sendas que siempre discurrían junto a las acequias, había olmos, retamas, zarzales y mucha cisca. Era pues la visibilidad muy corta y en cualquier recodo podía toparse uno con otra persona que andara en dirección opuesta. Y así fue; en uno de esos bruscos recodos, se tropezó con dos soldados franceses que le saludaron con un "bon Tour" cordial y sonriente.
"Managüelet" apenas pudo articular un "bon dia" que casi ni él mismo oyó y se quedó clavado en el suelo como un palo.
Los soldados comenzaron a hablarle ambos a la vez y al chico le parecía que eran perros que quisieran arrebatarle las provisiones que llevaba en el capazo.
Los franceses se le acercaban intentando hacerse entender y él retrocedía sujetando tenazmente su carga. Mas de pronto creyó entender, vio que los soldados señalaban a la calabaza del vino y decían:
- ¿Trinqui patrón, trinqui patrón!
- ¡Ah sí!, que la "trenque", y rompió la calabaza tirándola fuertemente contra el suelo.
Los franceses se encolerizaron al ver que prefería romper la calabaza, a darles un trago que era lo que pedían, y desenfundando sus sables agredieron al chico que pronto se escabulló saltando como un galgo la acequia y volando más que corriendo entre la frondosa viña de la huerta.
Aunque pronto se supo distante de sus perseguidores no cesó de correr hasta llegar a las primeras estribaciones de Cabeçó d’Or. En toda la carrera le sonaba sin saber por qué, aquellos calificativos que el "senyoret" les daba, orgullosos y patrioteros, él por su cuenta les obsequiaba con otro que por sí solo valía cuanto menos, como las dos del señorito.
Esperó que anocheciera y entonces volvió a la casa rodeando más que de costumbre.
Cuando llegó, sus padres le abrazaron llorando, pues creían que había sido muerto por los soldados. Aquel día se había estado oyendo la artillería napoleónica disparando sobre Jijona y luego entraron las tropas en San Juan a saco y degüello como ya hemos dicho, asesinando a veintinueve personas.
Al día siguiente tuvo que ir el padre a llevarle la comida al señorito, pues a cada paso temía "Managüelet" encontrarse con los airados perseguidores. Por suerte para él poco tiempo tuvo que esconderse, pues los franceses se marcharon y el señorito salió de su madriguera. Pero lo más triste de aquella página de nuestra historia, es que no tengamos siquiera una lápida que la recuerde.
ISIDRO BUADES RIPOLL (1983)
Cronista de la Villa de Sant Joan (desde 1992)
Publicado porAlfredo en 17:00
Etiquetas: CUENTO, historia, Nº108
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