106. ESTAMPES MINAGRELLERES (PARTE 1)

(Años 50 del siglo pasado. Tiempos de mi niñez)

El Benimagrell de mi niñez, estaba atravesado por la carretera de la Playa, una carretera de piedra compactada, sin aceras o con aceras de tierra limitadas por un simple bordillo (el "barró") de piedra viva, aceras que los vecinos más acomodados podían cubrir con algo de cemento, para que la mujer pudiese barrer, por la mañana temprano, y echar algo de agua ("arruixar"), para mitigar el polvo que levantaban los coches al pasar.

Calle de todos. De las bicicletas y de los carros, de madrugada, en las horas en que los jornaleros se iban a trabajar, cada uno a su tajo, o a su parcela (el bancal).

A pie o en bici, porque todavía no habían llegado los tiempos de la Vespa, el Vespino ni siquiera el Isocarro o el motocarro, que se hizo tan popular años después.

Calle del "ganao" (ramat) de Modesto Sendera o de Paco el de les cabres, que pasaban a la hora en que los chavales salíamos para el colegio ("la escola de don Jaime", junto a la peluquería de Pepe el Barber, o la de "doña María"), que estaba al principio del pueblo, frente a la casa "del Vigilant", el sereno oficial de Benimagrell.

Cada casa tenía una o dos cabras, que "pasturaban" en uno de los dos ramats, a cambio de una pequeña recompensa semanal al cabrero o pastor. Cabras inteligentes, que sabían perfectamente cuando tenían que salir, y que jamás se equivocaban de "ganao" al salir, ni de casa, al volver a su corral por la tarde.

El espectáculo del paso del ganado, era absolutamente curioso. Cada mañana, con puntualidad, al paso del pastor, se abría la puerta del corral, y las cabras, sin ninguna indicación ni ayuda, salían mansamente de las casas y se incorporaban al resto del "ramat". Por las tardes, al anochecer, a la vuelta, según se acercaban a cada puerta, las cabras se separaban del resto y –cada una- entraba en su casa, sabiamente y sin equivocarse jamás, atentas solamente a no dejar ni una cagarruta, porque ello les hacía acreedoras de un escobazo de la dueña de la casa.

Media mañana, otra estampa típica: Pepe "el peixcater", un hombre manco, muy delgado, con boina, que llevaba una bicicleta aparejada con un "corbo de peix", una caja muy grande en el sillín trasero, en donde llevaba la morralla, la sardina, el "sorell", la morena o el "congre", los pulpitos o el "bacallaret"... junto con una balanza de fiel metálico, cuyas pesas eran piedras de la playa, que debían tener un peso preestablecido.

Las mujeres salían a comprar y a regatear la mercancía. Y era absolutamente curioso ver al manco seleccionar el pescado, colocarlo en el platillo, pesarlo, envolverlo en un papel de estraza y cobrar... todo ello con una sola mano, y el muñón de la otra. Una estampa entrañable, digna de una película en blanco y negro.

Desde el mediodía hasta las cinco de la tarde, la calle entraba en una somnolencia propia de cada estación en donde la calle era de la chiquillería al ir y volver del colegio, solos, o con los hermanos mayores, porque la calle era de los niños, niños absolutamente libres y seguros, en una época en que el pueblo apenas era cruzado por media docena de carros y la misma cantidad de coches, en todo un día, camino de la playa. Y la seguridad se hacía efectiva en las casas, todas con la puerta abierta o, como mucho, entornada.
FRANCISCO JAVIER LLORENS SELLERS

Publicado porAlfredo en 23:59  

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