107. EL CUENTO DE ISIDRO: "LLUVIAS TORRENCIALES"

Yo tenía cuatro hermanos que me querían muchísimo, mi padre me adoraba y mi madre no se quedaba atrás en el cariño, pero como era la más enérgica de la familia lo demostraba menos, aunque no por tanto afecto de mis mayores me libré de trabajar desde muy niña.

Siendo tan joven, ya me tenían adjudicado como futuro marido a un vecino rico, siete años mayor que yo y aquel, se divertía con mujeres fáciles cuado yo ya iba siendo crecidita, y si la gente le decía que no venia a buscarme, respondía que él se divertía y a mi me tenía segura. Yo, me enteré de esas palabras y desde entonces, aquel hombre perdió para mi todo su valor. Y a todo esto, trabajando todos los días en el campo, cumplí dieciséis años y, a decir del vecindario, me había convertido en una moza de aspecto sano y muy guapa.

Un día vi en las fiestas del pueblo un chico que me miró y yo le miré a él, y aquella mirada ya no la pude olvidar, aunque no lo volví a ver porque mi madre, temiendo que esto que me sucedía, sucediera, me tenía muy vigilada y no me permitía ir al paseo o al cine del pueblo.

Por aquel tiempo, en los últimos días de septiembre hizo una gran lluvia, fue una de esas tormentas que los huertanos llamaban el "cimenter" y ahora conocemos por la "gota fría". Fue al anochecer y estuvo diluviando hasta la media noche, amaneciendo el siguiente, un día con el cielo limpio de nubes y una densa calma.

Alguien dijo que se habían producido inundaciones en la capital y que se había desbordado el barranco del "Juncaret". Y mi padre enganchó la tartana y nos fuimos los dos a ver los daños causados por la avenida, pero en cuanto llegamos al barranco a su paso por la partida de "La Condomina", como ese barranco es muy corto, apenas la avenida se había reducido a unos centímetros de agua que permitía el paso por la antigua carretera a la altura de "La Venta del Bojo". Atravesamos el cauce y nos dirigimos a una finca cercana donde vivía un antiguo amigo de mi padre, y cuando llegamos allí, nos encontramos con que toda la familia estaba viendo el pequeño pantano de la finca, que se había llenado con las aguas de lluvia provenientes de la vecina "Serra Grossa".El hortelano amigo de mi padre, se llevó una gran alegría por la visita de su viejo amigo al que hacía mucho tiempo que no veía, y yo tuve una agradable sorpresa al comprobar que el hijo menos de aquella familia, era el chico que había visto en la fiesta del pueblo.

Todos los reunidos, comentaban la ventaja de tener un embalse de aquella naturaleza donde recoger las beneficiosas aguas pluviales como el que poseía aquella finca, y mi padre calculó que allí había agua embalsada para regar mas de cincuenta tahúllas. Cálculo que todos los presentes dieron por bueno, y a mi padre le produjo satisfacción tal aprobación.

Yo no le quitaba el ojo de encima al joven, y cuando todos se fueron a la casa por invitación del dueño a mostrársela a mi padre, me hice un poco la remolona y me quedé contemplando las aguas, pensando si el chico, que había ido a la casa a hacer no sé qué que le había mandado su padre, quizá al verme sola, aprovecharía la ocasión para venir a hablarme, y mientras, me asaltó un pensamiento que me produjo cierta risa, ya que mi madre, la que sólo me permitía salir de casa acompañada de mi padre, me había mandado directamente a aquel chico que yo quería, cosa que iba muy en contra de los planes preconcebidos entre ella y la madre del disoluto pretendiente.

Me puse a pasear por el borde del pantano, y más mirando hacia la casa donde había ido el joven, que el lugar donde ponía los pies. El caso es que resbalé y fui a parar al pantano, cuyas aguas profundas me cubrían en más de dos brazas. Comencé a gritar porque yo apenas había aprendido a nadar un poco en el mar, donde resultaba más fácil hacerlo en sus aguas saladas que en aquellas dulces de la lluvia y comprendía que corría un grave peligro, y en este terrible apuro me hallaba, cuando apareció mi amado que se arrojó al agua sin meditarlo un segundo y agarrándome con fuerza, en menos de un minuto me había sacado del peligro.
Yo estaba algo mareada, y confieso que fingí estarlo un poco más, lo que propició que el joven me tomara en sus brazos y me llevara hasta la casa preguntándome a cada instante cómo me encontraba y a la vez dándome ánimos.

Cuando llegamos a la casa y explicamos lo ocurrido, todos vitorearon al salvador. Su madre y su hermana me atendieron solícitamente, quitándome las ropas mojadas y luego de secarme, pusiéronme unas de aquella joven que vendría a tener mi misma edad, y yo estaba tan emocionada, que mi cara pregonaba mi estado, pero a tal situación no creo que llegara tanto por el susto de la caída, si no que fue a causa del estremecimiento que recorrió mi cuerpo cuando Juan, que así se llamaba aquel joven, que luego con el tiempo, fue mi marido; me tomó en sus brazos resueltamente, viendo yo en su cara la angustia por mi estado de salud. Así pues, y aunque ha pasado mucho tiempo, por causa de lo sucedido, yo me aferro cada día más a la idea de que, quien algo importante quiere conseguir, tiene que mojarse.
ISIDRO BUADES RIPOLL
Cronista de la Villa de Sant Joan

Publicado porAlfredo en 23:59  

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