La tarde noche del 19 de agosto de 1989 fue funesta para Alicante.
Un cargamento de pólvora transportado en un turismo hizo explosión en el aparcamiento del supermercado Pryca, en Sant Joan, con el resultado de ocho muertos, más de veinte heridos de diversa consideración y una casi incalculable cantidad de daños.
A la confusión que en estos casos suele apoderarse de la situación, hay que añadir otra circunstancia que contribuyó a la desorientación de efectivos policiales: momentos antes de suceder la explosión, se recibió en la emisora alicantina de la Cadena COPE una llamada anónima en la que se anunciaba, en nombre de la organización terrorista ETA, que un artefacto iba a hacer explosión en las inmediaciones de San Juan, sin concretar sitio.
Fue una falsa alarma, tal vez una broma pesada, pero la explosión coincidió en hora con la anunciada en el anónimo comunicado telefónico. Las siete y media de la tarde.
El despliegue fue colosal. Se juntaron veinte ambulancias de Alicante, Elche, Crevillente, Benidorm y Torrevieja, la totalidad de las dotaciones de Bomberos y efectivos de Protección Civil. El cercano y recién inaugurado Hospital Clínico de Sant Joan y el Hospital General, no daban a basto para atender a todas las víctimas que les llegaban procedentes del centro comercial.
En plena confusión, mientras los heridos eran trasladados a los hospitales, los cuerpos sin vida y restos humanos eran colocados en carros de la compra para llevarlos a unas dependencias de la gran superficie, en un improvisado depósito de cadáveres para ser identificados.
Al fin pudo conocerse la causa de la explosión y quedó totalmente descartado que se tratara de un atentado terrorista.
La clave fue la identificación del ocupante de un turismo que se encontraba estacionado en el párking del centro. Se trataba del turismo Peugeot 505, color rojo, matrícula A-8042-AJ, que había sido aparcado por el joven Antonio Rigal Vico, de 22 años. Ya anochecido, entre dos luces, llegaba al lugar de la tragedia el padre del joven, Joaquín Rigal Martínez , que jugó un papel importante en el desarrollo de los acontecimientos.
Este hombre, de unos cincuenta y tantos años, antiguo empleado de la Fábrica de Aluminio INESPAL, se dedicaba en los ratos libres al negocio en pequeña escala de venta de explosivos. A Joaquín Rigal se le había solicitado mercancía para la celebración de una fiesta en la finca propiedad de una familia acomodada, precisamente del pueblo de San Juan, y para allá mandó a su hijo portando la mercancía.
El 19 de agosto había sido de agobiante calor, y a esa hora todavía lucía el sol en lo alto. Cuando el joven Antonio regresó al vehículo, se produjo la tragedia.
Eran cientos de personas las que estaban en ese momento de compras en el Pryca y que buscaban la salida rápida de aquel infierno, agolpándose en las puertas de acceso. Las decenas de personas que en esos momentos se encontraban en el párking dejando o recogiendo sus coche estaban totalmente desorientadas y caminaban como autómatas. Se registraron muchos casos dantescos, siendo quizás uno de los más destacados el de la Reina de las Fiestas de San Juan de ese año, María José Llorca Juan, de 16 años, que se encontraba de compras con su madre, Maria Josefa Juan Ripoll, que falleció en el acto. La hija sufrió heridas gravísimas, una de las cuales le produjo una profunda sordera.
El padre del chico, Joaquín Rigall, se suicidó poco tiempo después en su casa de San Blas, al no poder reponerse de lo ocurrido.
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¿Cómo viviste aquel día? Ahora que se cumplen 20 años de aquella tragedia queremos que seais vosotros los que nos contéis cómo os enterásteis de la explosión y cómo vivisteis aquel triste día.
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